MENSAJE PARA EL GRUPO DE ORACIÓN
SAGRADOS E INMACULADOS CORAZONES
24 FEBRERO DE 2018
Nuestra Madre
Hijos míos, vuestra Madre Inmaculada, bajo la
advocación de nuestra Señora del Sagrado Corazón, me he hecho presente en este cenáculo
formado y dirigido por nuestros sagrados e Inmaculados corazones.
Vengo con el corazón de mi Hijo en la mano para que reparéis
con vuestro amor, el amor que le es negado en la mayoría de la humanidad.
En muchos pueblos, nos hemos manifestado. En muchos
pueblos nos seguimos manifestando y que pocos son los que escuchan nuestras
llamadas, los que siguen nuestras llamadas.
Y los que escuchan, también una mayoría, viven al
margen de cumplir todos los mandamientos.
El corazón de mi Hijo agoniza por tanto pecado y
tanta maldad como hay en este mundo.
En algunas manifestaciones nuestras, están los
lugares llenos y la mayoría viene solamente a pedir favores, no a adherirse a
la cruz, ni a pedir perdón por sus pecados, ni a dar gracias. Solo a pedir.
En verdad os digo, hijos míos, que una gran mayoría
de los que se llaman míos o de mi Hijo, y de toda la humanidad, viven al margen
de Dios, viven a su libre albedrío, cometiendo toda clase de pecados.
Los que creen a su manera cogen lo que les conviene y
desechan lo que no les interesa. El pecado de la carne abunda por todo el
mundo.
Ya no hay amor en la mayoría de las familias. Otra
mayoría se juntan y cuando se cansan tanto el uno como el otro se separan y buscan
a otro hombre o a otra mujer.
¡Ay, hijos míos, que dolor! Sólo piensan en ellos
mismos y no saben el mal que se están haciendo a ellos mismos.
¡Cuantos abortos¡, ¡cuantas criaturas asesinadas en
el vientre de sus madres! Por el placer, hijos míos.
¡Cuántos hombres con hombres y mujeres con mujeres!
El pecado de la homosexualidad, otro pecado grave de
la carne, son peores que animales. El mundo se ha convertido en una orgía.
Sólo piensan en pasarlo bien, en disfrutar el momento
para tener el infierno eternamente.
La mayoría de las almas consagradas; obispos,
cardenales, sacerdotes han perdido la fe.
Otros han puesto un Dios a su conveniencia y a la
conveniencia de los fieles.
Para estos sacerdotes, no hay pecado, ni infierno, ni
purgatorio. Todas las almas van al cielo. ¡Que gran equivocación!, ¡Que gran
equivocación!
El amor escasea en la tierra, la caridad, la fe, la
confianza y la esperanza ya apenas existe en esta tierra.
No hay retroceso y todo lo anunciado se va a dar,
hijos míos.
Consolar y reparar el corazón ultrajado, desgarrado y
despreciado de mi divino Hijo, vuestro Jesús. ¡Que dolor siente!
El dolor de mi divino Hijo y vuestra Madre es
constante porque a cada instante Jesús es crucificado en la cruz por los
pecados de esta humanidad perversa.
Sois algunos egoístas. Solo pensáis en vosotros, en
las cosas materiales, en que no os falte, en el tener.
Y, ¿qué tuvo, vuestro Jesús?, ¿qué tuvo vuestra
Madre?, ¿que tuvo San José?
Lo justo para comer y no con tanta abundancia como
tenéis vosotros, ni con tanta variedad.
Y en nuestro hogar solo había una despensa donde
ponía los platos, justos los necesarios que necesitábamos para comer, vasos,
cubiertos, las ollas necesarias. ¡No más de una!
Una mesa, unas sillas, una tabla para mi divino Hijo,
otra para San José y otra para mí. Donde hicimos un colchón, mejor dicho, José
hizo un colchón para cada uno, lleno de pajas y ahí dormíamos. Nada más
teníamos.
Y a vosotros os sobra más de la mitad de lo que tenéis
en vuestros hogares y todavía os quejáis, hijos míos.
Todavía estáis a tiempo, por un corto tiempo, de
desprenderos de todas las cosas materiales, de las cosas del mundo y vivir sólo
para Jesús y María.
Dentro de un corto tiempo, todo lo que tenéis, nada
os servirá.
A los que sigáis conmigo, con mi Hijo, porque la
humanidad va a ser marcada con la señal de la bestia y con esa señal se comprará,
se cobrará y se venderá.
El dinero no os valdrá para nada. Porque el hombre
será, hijos míos, llevado por la bestia Lucifer. Y tendréis que salir de
vuestros hogares a un lugar apartado y aislado para poder sobrevivir.
Dar al que verdaderamente lo necesita sin tacañería
porque luego os vais a arrepentir. Y ser obedientes a las enseñanzas que os
vamos dando.
Y coger nuestras palabras y no seáis hipócritas como la
mayoría de mis almas consagradas, que cogen lo que les conviene y lo que no les
conviene lo desechan.
¡No seáis vosotros así con nuestras palabras, hijos
míos!
Orar y reparar porque en el mundo apenas queda fe ni amor,
hijos míos.
El pecado es el que abunda, de toda clase, de todo
género y pegaros bien a la cruz que en ella encontraréis vuestra salvación. Y
ofrecer todos vuestros sufrimientos para reparar nuestros Sagrados e Inmaculados
corazones, por vosotros, vuestros familiares y por la humanidad entera, hijos
míos.
A los que nos seguís, mi divino Hijo, os da sus
mejores joyas, su corona de espinas, sus llagas, sus clavos y su cruz.
Cuando lleguéis al cielo, si perseveráis, estas joyas
serán las más preciadas por la Trinidad, porque así son, porque allí se
convierten en las piedras más preciosas y más valiosas que jamás ha habido y
habrá en esta tierra.
Ser todos uno. Estar muy unidos y amaros.
Y lo que tengáis que deciros, decíroslo a la cara, no
por detrás.
Que por detrás actúa el rey de la iniquidad y de la
mentira, hijos míos.
Os bendigo con gracias muy especiales para estos tiempos
que os vienen. Para que estas gracias y estas protecciones que están cayendo
sobre vosotros os den el valor, la fuerza, la fe y la
confianza en todos los momentos más difíciles de la purificación, hijos míos.
Todas estas gracias y protecciones salen del corazón
agonizante de Jesús que os ama inmensamente y no se cansa de daros, hijos míos.
El poder de Dios Padre, de mi Divino Hijo y del
Paráclito desciende sobre vosotros
Quedad en la paz y en el amor de todo un Dios. Padre,
Hijo y Espíritu Santo, hijos míos.