MENSAJE PARA EL GRUPO DE ORACIÓN
SAGRADOS E INMACULADOS CORAZONES
20 DE DICIEMBRE DE 2014
Rosa
Veo un
pueblo pequeño, está oscuro, el cielo azul, azul oscuro.
Digo que es
azul oscuro porque está todo estrellado y veo el azul del cielo en la noche.
Las
estrellas alumbran tan sumamente fuerte, no como las que estamos acostumbradas
a ver.
Veo caminar
un burro con la Virgen encima. San José lleva sujeto al burro con la cuerda o
soga que le ponen.
A San José
le veo tranquilo, lleno de paz pero al mismo tiempo veo que se vuelve hacia la
Virgen y le veo angustiado, a pesar de la paz y la tranquilidad que lleva por
dentro.
No se cómo
expresarlo.
Me hace
sentir el dolor que siente por no poder darle a María un lugar calentito y un
jergón o colchón, donde María pueda estar y tumbarse a descansar del cansancio
de tan largo del viaje, por el empadronamiento.
A la Virgen
la veo cansada pero feliz. Posa su mirada en José y la dulzura y el amor de su
rostro le tranquiliza.
Van tristes
porque en ningún sitio le han dado posada.
Veo una
señora que se acerca y le hace señas como para salir del pueblo.
Oigo que le
dice que salga del pueblo, encontrará la salida andando un poquito más, una
cueva donde se refugian los pastores cuando no pueden volver a sus casas con el
rebaño y demás animales.
Hace mucho
frío, sopla mucho el viento.
Veo que
caen como unos copos de nieve. La Virgen va muy arropadita con la cabeza gacha. Salen
del pueblo, San José cambia la cara porque ha visto la cueva, anima a la burrito para que vaya más ligero. San José tiene ganas de llegar para refugiar a María
del frío.
Llegan a la
cueva. No es una cueva normal, hay cavidades a la derecha y a la izquierda,
como si hubiera habitaciones.
San José
sigue por la cueva hasta llegar al fondo.
Veo un buey
que está al lado de un lugar que hay, como una caja muy grande y con muchas
pajas. Llega José
a este lugar. La Virgen baja la cabeza y con ello quiere decirle que ese es el
sitio.
San José se
quita el manto, empieza a sacar paja, que hay mucha del comedero de los
animales y la esparrama por el suelo hasta hacer una especie de cama o colchón.
San José extiende sobre él su manto. Coge a María, la baja del burro, se
arrodillan los dos para dar gracias al Padre, por el lugar que les ha dado para
dar cobijo a ella y a su Hijo.
Después de esto, San José sale, va a por pajitas o a por
leña, quiere encender un fuego para calentar a la Virgen
La mula se ha puesto al otro lado
del buey. Los dos se han tumbado uno a cada lado en el suelo. La Virgen la veo
en oración. Veo bajar una multitud de ángeles, dando gloria a Dios que va a
nacer, entonan cánticos de gloria, de alegría. Veo que rodean a la Virgen, la
cueva se llena de luz. La Virgen extasiada, de rodillas no deja de mirar hacia
arriba.
El techo se abre y veo al Padre y
al Paráclito, sus caras rebosan gran felicidad y amor, extienden sus brazos sobre
todo el lugar. En esos momentos, oigo el llanto de un niño. Los ángeles se
retiran, veo a María bajar su cabeza, esta de rodillas pero empieza a agacharse
más y más y veo el Niño Jesús, todo desnudito. La Virgen llora de alegría, lo
coge en sus brazos y se lo ofrece al Padre, el Padre lo coge en los suyos, lo
alza a lo alto, lo mece, lo acaricia, lo besa, se lo da al Paráclito que hace
lo mismo y se lo da a la Madre.
La Virgen le cubre con algo que
los ángeles han sacado de las alforjas y le viste. Son camisetas pero no como
las de ahora, sino largas. Le abriga, le aprieta contra ella y le arropa con el
manto.
En esos momentos, entra San José
ve todo iluminado, los ángeles cantan el Hosana, el Gloria.
San José cae de rodillas mira
para arriba y ve al Padre y al Paráclito se dobla, se tira en tierra, y adora a
Jesús que lo tienen la Virgen en sus brazos. La Virgen llama a San José, San
José levanta su cabeza y le da el Niño, con mucho cuidadito, con mucho amor,
con mucha delicadeza, coge a Jesús en sus brazos, lo llena de besos, lo mece,
lo aprieta contra su pecho y San José también se lo ofrece al Padre.
El Padre lo vuelve a coger y
entre sus brazos hace lo mismo que cuando se lo dio la Virgen, lo alza para
arriba, lo abraza, lo besa y se lo da al Paráclito. El Paráclito hace lo mismo
que el Padre y se lo entrega a la Virgen.
La Virgen se lo vuelve a dar a
San José, el Padre y el Paráclito desaparece y el techo de la cueva se cierra.
Los ángeles están en adoración al Niño Dios, San José le da el Niño a la Virgen
y se va por leña, a por la leña que ha traído. Le veo como enciende un fuego
para calentar esa estancia, el buey y la mula empiezan a echar el vaho sobre la
Virgen y el Niño y los calientan.
Ahora veo otro lugar, en el que
hay pastores durmiendo. Le despiertan el cántico de multitud de ángeles, se asustan
porque no saben que puede ser aquello. Uno de ello, se acerca a los pastores y
le dicen que no teman, que vayan a la cueva donde se refugian que ahí les espera
el Rey de reyes, que Dios ha nacido.
¡Paz a vosotros hombres de buena
voluntad y Paz a los hombres que acogen al Niños Dios con amor!
Los pastores están asustados pero
al mismo tiempo, una fuerza interior les impulsa a ir hacia la cueva y se
encuentran a María, Jesús y San José.
Los cántico de los ángeles siguen
sonando. Ellos se arrodillan ante Jesús. La Virgen y San José les dan las
gracias. Y le preguntan como es que están allí.
Entonces, uno de ellos habla por
todos, les cuenta la aparición de los ángeles y cómo les han anunciado el
nacimiento del Salvador. Todos tienen lágrimas en los ojos. El Niño está en una
aureola de luz, los mira, alza su manita y los bendice.
Nuestra Madre
Como veis, quienes fueron los primero en ser avisados que había nacido el Salvador del
mundo, el hombre Dios en un niño recién nacido, fueron los pastores, los más
pobres del lugar, los que no están apegado a las cosas del mundo porque tenían
menos de lo necesario. A los humildes, a los puros de corazón.
Y entonces, al igual que ahora,
mi Divino Hijo se manifiesta a los humildes como los pastores, a los limpios y
puros de corazón, a los humildes.
Despojaos de todo lo que os
impida caminar en pos del Señor.
Que llevéis tanta carga del mundo
que la mayoría, los pasos que dais son lentos porque estáis cargados de las
cosas de este mundo y no avanzáis a penas.
El camino es estrecho como la puerta
que lleva al cielo pero seguro. En este camino no entran las cosas del mundo,
solo el amor a Dios y al prójimo, la humildad y la caridad, hijos míos e hijas
mías.
Preparaos para vivir esta Navidad
en austeridad y a pedir por tantas y tantas familias que viven estas fiestas al
margen de mi Divino Hijo, sin tener un pensamiento para Él, a su libre
albedrío.
Pedir por la paz en tantos
hogares que están destruidos y los que no, que todavía se siguen reuniendo, en
la mayoría, siempre hay disputas y problemas.
Pedir por la juventud que tanto
dolor nos causa en estos días que en vez de pensar en el Niño Dios que nació
para la remisión y perdón de todos sus pecados, viven sin desenfrenos, en
fiestas, en discotecas, dando gusto al cuerpo, a las drogas otros y a tonto mal
que hay y que Lucifer pone y ellos como viven sin Dios, le es todo tan
atractivo que todo lo cogen.
Dar mucho amor a Jesús por todos
los que no le aman.
Quiero que en este tiempo
practiquéis mas la humildad, la caridad y el amor para que Jesús se sienta
reconfortado en vosotros y el dolor que siente por, una gran mayoría, de sus
hijos que no se acuerdan de Él y viven a su libre albedrío le sea más leve
porque vuestro amor, con lo que os he dicho, supla el desamor de la humanidad.
Y recordar que todos sois uno,
sarmientos injertados en la vid que mi Divino Hijo, vosotros ser la dulzura de
Jesús, no la amargura.