MENSAJE PARA EL GRUPO DE ORACIÓN
SAGRADOS E INMACULADOS CORAZONES
11 AGOSTO DE 2017
Jesús
Os oigo quejaros en vuestros problemas, dolores,
sufrimientos, enfermedades.
¡cuántas veces!
Y tenéis muchos auxilios en la enfermedad. Tenéis a
los médicos y os mandan medicamentos para aliviar vuestros dolores e incluso
muchos se curan, otros son solamente aliviados por estos medicamentos. Una gran
mayoría tienen siempre al lado de ellos, familiar o no.
Otros en los problemas y en las necesidades se
agobian, incluso se estremece todo el ser. Y Yo fui abandonado hasta por mi
Padre y no recibí ningún consuelo, ningún sedante para calmar tanto dolor.
Tenía que sufrir todos vuestros pecados desde el primero hasta el último.
Herido por todos vosotros y por toda la humanidad.
Los apóstoles, los tres que mandé venir conmigo a
Getsemaní también me abandonaron. Se durmieron y no oraron y la fuerza de la
oración recibí.
¡Tanto fue el dolor, hijos míos, que la sangre brotó
por todos los poros de mi piel!
En verdad os digo, raudales de sangre fueron vertidos
esa noche en Getsemaní.
Tan desfigurado estaba por la sangre, que los
apóstoles al verme se asustaron.
Y vosotros, en vez de acompañarme en Getsemaní, con
vuestros dolores y sufrimientos, sean cual sean, os quejáis. Nada más que
sabéis es quejaros, sin acordaros del Varón de dolores, que sufrió vuestros
pecados sin yo serlo, hijos míos.
¡Cuantas más gracias recibiríais si todo lo pusierais
a Jesús en Getsemaní!
Porque mi corazón es tierno, compasivo y
misericordioso y si venís a vuestro Jesús en Getsemaní, al acariciaros con mis
manos os daría la fuerza y el valor para llevarlo, hijos míos. Pero no, solo
sabéis quejaros.
Tuve que sufrir hasta el abandono de mi Padre que
cerró los cielos para no ver el dolor inmenso de su Hijo para vuestra
redención, para rescatar todo ello vuestras almas, para que cuando cayerais os
pudierais levantar en los brazos de vuestro Padre y de vuestro Jesús.
Recordar las palabras y tener en
vuestros hogares a vuestro Jesús en Getsemaní.
Nada ni nadie ha padecido tanto como vuestro Jesús y
vuestra Madre Inmaculada, hijos míos.
Os bendigo con muchas gracias para fortaleceros en las pruebas, en las
enfermedades, en los problemas, en todas las situaciones que os encontréis y
para que tengáis siempre en los momentos malos de vuestra vida, la mirada y en
amor del Padre, que yo no lo tuve en esos momentos, hijos míos.
Y todos son rociados en la sangre que estoy vertiendo
en estos momentos en Getsemaní. Ello os librará del enemigo de las almas
Lucifer, de sus secuaces y de vuestros enemigos. Si con fe y con confianza
venís siempre a postraron ante vuestro Jesús agonizante en el huerto de los
olivos, hijos míos.
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