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martes, 12 de diciembre de 2017

MENSAJE PARA EL GRUPO DE ORACIÓN 
SAGRADOS E INMACULADOS CORAZONES

 9 OCTUBRE DE 2017



Padre Eterno
Hijos míos, vuestro Padre que ha estado presente en medio de vosotros junto con mi Hija Predilecta, María, la purísima concepción, os damos las gracias por haber acudido a consolar a vuestro Padre Celestial.
Tan triste y desgarrado como estoy por el desamor que hay entre los hombres y por lo olvidado que me tienen.
Por el desprecio que recibo de muchos, después de haberos creado con tanto amor que mi corazón se desgarraba y se desgarra de dolor cada vez que tengo que depositar el alma en un cuerpecito que se está formando en el vientre de su madre.
¡Qué ingratitud, que dolor para un padre verse despreciado de esta forma!
Y son tantos, tantos, tantos, hijos míos, los que no me reconocen.
Y los que no quieren conocerme.
El conocer a vuestro Padre, que soy yo, lleva una gran responsabilidad, lleva la obediencia y el amor al padre como los buenos hijos los tienen a los suyos.
Yo que sólo quiero el bien para mis hijos y mirar el mundo se está matando unos a otros por envidia, por poder, por querer tener más que el otro, por querer ser más que el otro y querer ser siempre los primeros a cosa de lo que sea, pisoteando al hermano y causándole dolor, en querer llevar la razón.
Es tanta la maldad del hombre que ebrio de soberbia no quiere escuchar al que dice la verdad y en ese odio, en ese rencor, en ese desamor vuelven a abofetear a mi Hijo, vuelven a escupirle, vuelven a reírse de él, vuelven a tirarle por las calles de la amargura de Jerusalén.
Sin miramientos, vuelven a flagelarle, vuelven a clavarle en la cruz porque eso es lo que hacen con las almas de buena voluntad y todo lo que hacen a estas almas se lo hacen a mi Hijo, a mí, vuestro Padre y al Paráclito, hijos míos.
Soy el Dios de la misericordia, pero también soy la justicia y el trueno de la justicia de vuestro Padre se está dando ya en la tierra.
Pedir por España para poder tocar los corazones fríos como témpanos de hielo, como rocas de los que han iniciado todo esto y den marcha atrás.
Y se quede sólo en una revolución y no llegue a la guerra, hijos míos.
El odio, el rencor, la soberbia, no da su brazo a torcer. Rezar para que vuestras oraciones caigan sobre ellos como una lluvia fina que empape esos corazones y puedan calentar esos corazones duros como piedras y témpanos de hielo, hijos míos.
¡Que dolor para un padre ver el mal que unos hijos están haciendo a otros!
Ver como se precipitan por la boca del infierno.
¡Ay, hijos míos, no ha habido ni habrá padre en este mundo que sufra tanto como este por sus hijos, por todos vosotros, que es él os habla, hijos míos!

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