MENSAJE PARA EL GRUPO DE ORACIÓN
SAGRADOS E INMACULADOS CORAZONES
9 OCTUBRE DE 2017
Padre Eterno
Hijos míos, vuestro Padre que ha estado presente en
medio de vosotros junto con mi Hija Predilecta, María, la purísima concepción,
os damos las gracias por haber acudido a consolar a vuestro Padre Celestial.
Tan triste y desgarrado como estoy por el desamor que
hay entre los hombres y por lo olvidado que me tienen.
Por el desprecio que recibo de muchos, después de
haberos creado con tanto amor que mi corazón se desgarraba y se desgarra de
dolor cada vez que tengo que depositar el alma en un cuerpecito que se está
formando en el vientre de su madre.
¡Qué ingratitud, que dolor para un padre verse
despreciado de esta forma!
Y son tantos, tantos, tantos, hijos míos, los que no
me reconocen.
Y los que no quieren conocerme.
El conocer a vuestro Padre, que soy yo, lleva una
gran responsabilidad, lleva la obediencia y el amor al padre como los buenos
hijos los tienen a los suyos.
Yo que sólo quiero el bien para mis hijos y mirar el
mundo se está matando unos a otros por envidia, por poder, por querer tener más
que el otro, por querer ser más que el otro y querer ser siempre los primeros a
cosa de lo que sea, pisoteando al hermano y causándole dolor, en querer llevar
la razón.
Es tanta la maldad del hombre que ebrio de soberbia
no quiere escuchar al que dice la verdad y en ese odio, en ese rencor, en ese
desamor vuelven a abofetear a mi Hijo, vuelven a escupirle, vuelven a reírse de
él, vuelven a tirarle por las calles de la amargura de Jerusalén.
Sin miramientos, vuelven a flagelarle, vuelven a
clavarle en la cruz porque eso es lo que hacen con las almas de buena voluntad
y todo lo que hacen a estas almas se lo hacen a mi Hijo, a mí, vuestro Padre y
al Paráclito, hijos míos.
Soy el Dios de la misericordia, pero también soy la
justicia y el trueno de la justicia de vuestro Padre se está dando ya en la
tierra.
Pedir por España para poder tocar los corazones fríos
como témpanos de hielo, como rocas de los que han iniciado todo esto y den
marcha atrás.
Y se quede sólo en una revolución y no llegue a la
guerra, hijos míos.
El odio, el rencor, la soberbia, no da su brazo a
torcer. Rezar para que vuestras oraciones caigan sobre ellos como una lluvia
fina que empape esos corazones y puedan calentar esos corazones duros como
piedras y témpanos de hielo, hijos míos.
¡Que dolor para un padre ver el mal que unos hijos
están haciendo a otros!
Ver como se precipitan por la boca del infierno.
¡Ay, hijos míos, no ha habido ni habrá padre en este
mundo que sufra tanto como este por sus hijos, por todos vosotros, que es él os
habla, hijos míos!
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