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martes, 12 de diciembre de 2017

MENSAJE PARA EL GRUPO DE ORACIÓN 
SAGRADOS E INMACULADOS CORAZONES

 13 OCTUBRE DE 2017



Jesús
Hijos míos, el amor misericordioso de vuestro Jesús desciende sobre todos los presentes.
Gracias a todos los que habéis acudido a la llamada de vuestro Jesús a la Hora Santa.
Esta hora llena de tanta gracia, de tanto amor y misericordia como derramo sobre vosotros y sobre el mundo entero al ser consolado por mis amigos, por mis hijos en quienes poso mi cabeza.
En ello, me hacéis olvidar el dolor de tantos, y tantos, tantos, tantos hijos que me producen, hijos míos.
El mayor dolor de vuestro Jesús es el ver que mi Padre tiene un cielo lleno de gloria y de amor para recibir a los peregrinos llegados al final de la peregrinación y en ese final es el encuentro eterno con mi Padre.
Mi gran sufrimiento es el que lo di todo por mis hermanos. Bajé del cielo a la tierra, me hice un hombre como vosotros, di hasta la última gota de mi sangre por vosotros, por toda la humanidad.
Colgué de un madero donde a los pocos segundos de morir, mi corazón fue traspasado por la lanza de Longinos y aún quería daros más, salió de las entrañas de mi alma y mi corazón, la sangre y agua de mi amor infinito y misericordia para todos vosotros y toda la humanidad.
Y me encuentro llamando a tantos hermanos, me encuentro avisándolos de los peligros que corren, del abismo que les espera sino recapacitan y no me hacen caso.
Sólo recibo burlas y desprecios, pero no son esas burlas y esos desprecios lo que más me duele. Lo que más me duele es la pérdida de las almas que con tanto amor creó mi Padre y el vuestro y con tanto odio y rencor y soberbia desprecian el cielo que mi Padre los tienen reservados.
Esa gloria infinita de amor y paz y felicidad.
Y desprecian mi sangre que la derramé también por cada uno de ellos.
No sabéis el dolor tan grande de un Dios, el ver condenarse a tantas almas.
Por ello, cuando un pecador se convierte en los umbrales de la muerte, mi Padre lo estrecha fuertemente en sus manos, en sus brazos, llevándolo a su corazón.
Lo viste de gala y ordena una gran fiesta en el cielo, hijos míos.
El Padre llora de infinito amor y alegría cuando un pecador se arrepiente y como el hijo pródigo vuelve a él.
No son las espinas que el hombre me pone, ni los flagelos, ni las burlas ni las bofetadas, ni que claven mis manos ni mis pies lo que me producen mayor dolor.
El mayor dolor es la pérdida de un alma que para él, mi muerte fue inútil.
Y la gloria que tenía reservada mi Padre es despreciada por esta alma, hijos míos.
Orar mucho por la juventud del mundo, por los ancianos, especialmente los que viven a su libre albedrío.
¡Que son peores que los jóvenes!
Orar mucho por la conversión de los pobres pecadores, a los que mi corazón quisiera arrancarles a todos, la conversión y atraerlos fuertemente a mi corazón y llevárselos a mi Padre.
Orar mucho, hijos míos, por la conversión de vuestros hermanos. Por la conversión de vuestros familiares agonizantes y por las benditas almas del purgatorio.
Yo os bendigo, hijos míos, en esta noche con gracias, bendiciones y protecciones muy especiales para la salud de vuestras almas y de vuestros cuerpos, si os conviene.
El poder de Dios Padre, de Dios Hijo, que es el que os está bendiciendo y del Paráclito desciende sobre vosotros.

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