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martes, 2 de abril de 2019

MENSAJE PARA EL GRUPO DE ORACIÓN 
SAGRADOS E INMACULADOS CORAZONES

9 FEBRERO DE 2019




Nuestra Madre
Hijos míos, vuestra Madre Inmaculada junto con mi divino Hijo, la luz de este mundo, de todo cielo y tierra nos hecho presentes en este cenáculo formado y dirigido por nuestros Sagrados e Inmaculados corazones.
La luz vino al mundo, hijos míos, y sigue viniendo, pero no es acogida por la mayoría de los hombres. Por ello, hijos míos, el mundo camina en tinieblas. En tinieblas de muerte.
Como os dijo ayer mi divino Hijo en la Hora Santa, en la hora de la muerte muchas, una gran parte de los agonizantes, cuando salen a ellos no les reconoce. Otros, siguen con su soberbia y no reconocen las ofensas que han cometido contra Dios. 
Otros, siguen con su soberbia y no reconocen las ofensas que han cometido contra Dios. Otros, se burlan del Él. Otros no se arrepienten de sus pecados, y así, sucesivamente.
Mi Hijo que asumió la redención de todo el género humano para salvarlos y llevarlos con Él a la eternidad, una gran parte, la ha desechado y la desecha, siguiendo a su libre albedrío. Lleno de soberbia y de ego al fuego que nunca se apaga y abrasa a las almas, en inmenso dolor, hijos míos, el infierno.
Orar por los agonizantes, que muchísimas, son las almas que se pierden para que la gracia y la luz que mi divino Hijo da a todas las almas en esos momentos sea acogida y le reconozcan como Dios, como su Salvador, su Redentor y el amor más grande que puede haber en este mundo y en la eternidad, hijos míos. 
Nuestros corazones se regocijan en las almas santas, en las almas que quieren hacer nuestra santa voluntad que se esfuerzan. En ellas, es donde, hijos míos, recobramos la alegría y el gozo para que vuestra Madre siga pidiendo por estas almas y vuestro Jesús siga teniendo misericordia de ellas, hijos míos. 
Mirar, hijos míos, por mucho mal que hay en la tierra y venga. Por mucha guerra, mucha muerte; no hay peor muerte, ni guerra, hijos míos, ni peor mal que un alma se condene en los infiernos.
¡Qué dolor para unos padres que han perdido a sus hijos o alguno de sus hijos! Pues figuraros el dolor del Padre, de vuestra Madre, de Jesús y del Paráclito, en perder a miles, y miles y miles de almas en el infierno. 
Y, ahí siguiendo, hijos míos, en ese lugar tenebroso, insultando, burlando y maldiciendo a Dios, hijos míos. 
Los padres pierden a sus hijos. El dolor perdura, pero dolor se va suavizando y suavizando, pero el dolor de todo un Dios es permanente. No se suaviza por la pérdida de sus hijos, hijos míos. 
La gran misericordia de Dios para los buenos y para los malos, ¿que hace?
Que en este mundo los padres vayan suavizando el dolor de los que han perdido a sus hijos.
Pero nadie, muy pocas almas, comparadas con la inmensidad de almas que hay en este mundo, tiene misericordia de Él por la pérdida de tantos hijos.
Pedir mucho por la conversión de los pobres pecadores. Por la conversión de vuestros familiares y por los agonizantes, hijos míos. 
Y la luz que trae vuestro divino Redentor, la posa y la deja en vuestros corazones, en vuestros hogares, hijos míos, y en las almas que veáis por la calle para ablandar sus corazones.
Mirar a todos con amor. 
La luz no es otra cosa que vuestro Redentor que ilumina los cielos y la tierra, toda la creación, hijos míos. 

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