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domingo, 6 de mayo de 2018

MENSAJE PARA EL GRUPO DE ORACIÓN 
SAGRADOS E INMACULADOS CORAZONES

17 MARZO DE 2018




Nuestra Madre
Sed como yo, humilde. Ofreciendo las alegrías y las penas del día y de toda vuestra vida.
Ponerme vuestras dificultades y problemas y necesidades que yo las presento a mi Hijo, mi Jesús y el vuestro. 
Agradecer todo, el trabajo cotidiano de cada día, este trabajo que, a vosotras, hijas mías, algunas veces os cuesta y os resulta pesado.
Ofrecerlo con alegría porque en ello estáis santificándoos.
Mi Hijo no pide santificaros en cosas grandes sino en la pequeñez, en el día a día, de cada uno de vosotros, así podéis llegar a ser grandes santos, como vuestro Padre os pide. Por el poder del Padre, del Hijo y del Paráclito. 
De la sencillez de cada día. En todo lo sencillo y pequeño ahí está mi Hijo.
Y no descuidar la oración a nuestro Padre Dios.
Tenéis que sacar un tiempo cada día para estar con Él a través de la oración. La oración es el maná que os da fuerzas y alimenta vuestras almas para combatir todo mal y el Padre da sabiduría en la oración para discernir bien, el bien del mal. Y en la oración dais gloria, dais amor y adoración a vuestro Padre celestial que tan olvidado y despreciado es por una gran parte del mundo. 
¡Ser vosotros los consoladores de vuestro Padre! Que sienta vuestro amor, vuestros besos, vuestros abrazos en la oración.
Y acudir a mí que os consolaré. En vuestros problemas, vuestras necesidades en los combates contra el maligno. Y os ayudaré a ir poco a poco escalando escalones. Cada escalón o peldaño, como lo queráis llamar, hijos míos, es un grano que cogéis de santidad.

San José
Yo fui escogido por el Padre antes de nacer y porque tenía que ser, el padre del Hijo de Dios, mi divino Hijo, Jesús. Y ser esposo de la más grande y santa entre todas las mujeres, la Inmaculada y siempre Virgen, Miriam.
El templo y sagrario de la santísima Trinidad y la Madre del Verbo, del Hijo de Dios.
Fui preservado del pecado original, pero no creías que por ello no fui tentado. Fui tentado de todas formas. Pero me refugiaba en el Padre, en la oración. 
¡Cuánto os ama el Padre! Si lo supierais harías lo sobrehumano por no pecar y no ofender.
Con qué respeto y adoración le acariciaba, le abrazaba, le cogía en mis brazos.
Le daba las gracias a Dios por lo que había depositado en mis manos, el mayor y más grande de los tesoros del cielo y la tierra, la Virgen María y después a Jesús, el Verbo hecho carne. No podía dar crédito a tanto como me daba el Padre, ¡a mí, un humilde y pobre carpintero! 
Pero no creáis que, por ello, el Señor me privó de sufrimiento. Mucho fue lo que sufrí, pero lo vencí con amor y mucha fue la alegría y el gozo de tener a María y a Jesús.
Cuando caí enfermo, de mi cabecera no se movió la Inmaculada ni Jesús, abrazado a mi alma, a mi corazón y todo mi ser.
Sentí en este tiempo tanta alegría, pero también sufría porque daba desvelos a María. 
Mi cuerpo no conoció la corrupción como otros cuerpos, la mayoría de los cuerpos cuando mueren se corrompen. 
Los ángeles bajaron a por mí y me llevaron al limbo donde estaba Abraham, Moisés, todos los profetas para dar clamor y que pronto, muy pronto todos llegarían a gozar de la eternidad en el Padre, el Hijo y en el Paráclito. 
Mi Hijo después de resucitar subió a por nosotros y cogiendo mi mano fue al limbo donde fueron abiertas las puertas.Y bajó al infierno donde todos quedaron aterrados.

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